Se llamaba Montse
Me senté en la cafetería de la estación. Era un lugar que amaba. Un lugar de gratos recuerdos de vidas pasadas. Y parapetado tras mi café cortado y mi croissant, observe mi entorno, siempre de paso.
Una madre y su hija, ya mayor, discutían. Una pareja de ciudadanos chinos hablaban animadamente intercalando risas. La señora de la limpieza, taciturna y circunspecta, pero relajada, removía su bebedizo, que en vaso grande no podría precisar qué era. Y luego estaban los viajeros con maletas. De esos que ves que van más lejos que los pueblos más lejanos de nuestra comunidad. Uno, por el aspecto, marroquí o argelino, cargado de bolsos, miraba la pantalla como buscando su destino. Tres chicas risueñas, en pantalones cortos, a las claras parecía que iban a la playa. Y pensé en Salou, al que yo iba de muy niño. Dos hombres entre los cincuenta y los sesenta, se ponían sus mochilas, y en franca conversación, no sé si de los fútboles del domingo, iniciaron su paso hacia los andenes. Y siguiéndolos con la mirada, la vi. Al principio me extraño que estuviera allí, en la estación, pero luego pensé en mi, que la frecuentaba aún sin viajar porque me gustaba aquel sitio. Y pensé que igual a ella, como a mi, le iban los sitios románticos. E imaginé una conversación.
Le dije, buenos días
Me dijo ¿tú aquí?
Y hablamos del tiempo pasado.
Yo rememoré las noches y ella me recordó los días.
Brotó una lágrima en mis ojos. Cerró ella su sonrisa. Y me abrazó. Lavando mi corazón de antiguas cuitas.
Luego ella se levantó. Y salió por la puerta de los viajeros del tiempo. Y yo me quedé allí pensando. En cuantos puentes destruimos. Y en lo difícil que es cruzar los mares. Y me levanté decidido a perdir perdón por haberla olvidado. Pero ella, ya se había ido.
Y así os lo he contado.
©ManuelAcostaMás