Nada sigue en el sitio.
Ni perros, ni árboles, ni plantas, ni pájaros, ni juventud. Y un bote de miel nuevo, sustituye al anterior. Lo mismo que algunos amigos. Luces y sombras de vivir rodeado de gente que va y que viene, y algunos son reemplazados.
Envejecemos.
Y muchos hemos ido adquiriendo lo que dan los años de sabiduría y otros siguen estancados, mirando el tiempo, incapaces de avanzar. Ley de vida.
Para afrontar el incierto porvenir. Donde el noventa por ciento hará lo que siempre ha hecho y un diez, en el que me gustaría estar, iniciará algo interesante. Yo de momento escribo. Vi muchos atardeceres y amaneceres en mi juventud y me gusta recordarlos.
De las fotos, entretanto, disfruto y sigo haciendo todos los días. Porque todos los días admiten una foto. Lo mismo que un relato.
Y confío en seguir viendo la belleza de las puestas y salidas del sol. Y la luna.
Y si, sueño, con volver a ver a quienes un día anduvieron a nuestro lado. Porque nadie nos va a devolver los dieciséis años, ni los veinte, ni ninguno, pero recordaré con ellos esa fuerza con que los disfrutamos. Y de lo que aprendimos mientras íbamos evolucionando.
Y hay más, de todo aquello me gustaría poder contar a mis nietos que en la vieja vida todos teníamos un corazón humano, que sigue latiendo. Y aunque cada vez seamos menos, yo me sigo desplazando hasta las puertas, por así decirlo, de quienes un día limpiaron mi alma, redujeron mi soledad, y son ese fuego que a mí me permite decir (escribir) que mi casa, está, estuvo y estará para que cuando la noche te alcance encuentres un refugio. Porque yo fui nada y tú me disté luz. Porque nada está en su sitio. Pero el amor, sin adjetivos, tiene tu nombre.
Y así te lo digo.
©ManuelAcostaMás