«Catedrales»
Paseaba por la ronda Barbazana, y se sentó en el rincón del Caballo Blanco, era pronto para ir a misa y contempló el bello paisaje que aquel bucólico lugar ofrecía. Y así estaba y se dio cuenta de que en nada iban a dar las doce. Con lo que el tiempo, como a San Virila, se le había ido. Y se levantó apurado y apretó el paso hasta Santa María la Real. La puerta lateral estaba abierta y por alli entró al templo, que se disponía a comenzar la misa. Una práctica cristiana, aclaro, para los que nacen, viven y mueren sin creer más que en el dios dinero.
Y se sentó al fondo, como gustaba, dominándolo todo. Y en ese todo las vio. Eran un grupo de mujeres que con camiseta rosa hacían el camino a Santiago. Se veía a la legua que eran peregrinas. Y esto no necesita explicación porque los que vivimos en algún punto del camino más famoso del mundo, sabemos ver quién peregrina, y quién es turista de otra índole. Y ellas llamaban discretamente la atención por sus camisetas por la causa del cáncer. Esa lacra que se sigue cebando en nosotros sin compasión.
Y me quedé observándolas, grandes en su reto, pequeñas como gorriones en su lucha sin cuartel contra el tiempo en contra que corre deprisa, mientras sus corazones de leonas, cantan a la vida. Por ellas y por todas las mujeres, eje del mundo, que luchan día a día, segundo a segundo por todos nosotros, sus hijos. Y vi a madre, en su soledad acompañada sin perder la sonrisa. Porque madres son el punto de partida. Como lo fue Roncesvalles. Como lo será Santiago, cuando lleguen. Porque no basta llegar, hay que seguir como las divas que sois. Siempre faros para el mundo, como Catedrales de piel, en torno a las cuales siempre soñamos.
Y así os lo cuento. Sentado en el Tilo, muy cerca del gran templo.
©ManuelAcostaMás