Durante la cosecha, frente a todo, una mirada…
Morir es una experiencia que no hemos hecho todavía, pero la hemos acompañado muchas veces. Y no nos acostumbramos. Porque por mucho que pensemos desde antiguo que es una puerta a otro lado, nadie ha vuelto para contarnos que hay allí. Donde no podemos acceder hasta que nos muramos. Y claro, la fe, de todas las religiones y creencias nos hablan de lugares agradables o de volver a nacer en un ciclo sin fin hasta que seamos luz eterna. Nosotros los cristianos acortamos el viaje. Luz u oscuridad dependiendo de tu única vida aquí. Y esto es lo que nos lleva a llorar por nuestros seres queridos que se van, nos dejan solos, y hay que alegrarse por ellos o fingir que lo hacemos, porque ellos han dejado este valle de lágrimas y estarán en el Paraíso. Pero acostumbrados a sus abrazos, hay que volver a aprender que nunca más serán tan cálidos como los que daba antes de morir. Y eso bien vale las lágrimas. Para seguir mirando la vida y buscar señales. Y entonces, encogidos, vemos al fondo una mirada que nos comprende. Y acompasamos la respiración porque hemos encontrado otro ser humano que nos entiende y acoge. Y con él, sonreiré, viendo la nueva cosecha. Porque nadie quedará, pero mientras estemos, miraremos todos los milagros que al amanecer aparecen. Junto a ti. De quien siento tus manos sobre las mías.
Para los que mueren un beso, al otro lado de la muerte. Y para los que viven, un abrazo en este lado. Porque la muerte egoísta nos da un golpe, que nos hará padecer, pero erguido, erguida junto a ti está el amor de los tuyos. Y eso es ver la luz de la luna en medio de la noche oscura.
©ManuelAcostaMás