En esta isla, no vive nadie
Por las calles de Pamplona me encontrarás, ojo, si tú quieres. Tantos días como tiene el año subo al ensanche y nada. Esa es la palabra que el destino, muy moderno, pone para nosotros. Y suelo visitar barrios y pueblos vecinos en mi afán andador, mermado por mi maltrecha rodilla, y obtengo el mismo resultado, nada. Nada más que mi compañía. Compañera de viaje y a usted le veré si coincide. Más coincidir de forma casual es casi tanto como comprar lotería y esperar que toque. O al menos, así lo creo yo. Fiel creyente de ir a la fuente a buscar agua.
Y aquí, os voy a contar un cuento.
Ganó un premio de lotería y decidió visitar lugares con encanto y salió de Teror temprano. Tranquilo y sin prisa puso rumbo a San Bartolomé de Tirajana, famoso lugar, pero antes quiso ir a Ingenio, otra población con historia. Y seguir camino a Mogán y terminar en la aldea de San Nicolás. Y así lo hizo y no se encontró con nadie. Y eso que no condujo por lugares recónditos, sino por la carretera oficial a cada sitio. Y pensó, luego de regresar a su casa en Las Palmas, «en esta isla no hay nadie». Sin caer en la cuenta de que en la ruta no se bajó del coche, era de noche, y apenas se cruzaba con otro coche, cerraba los ojos. Y fue a su terapeuta a por otro enfoque.
El sensey que eligió era italiano que después de dar clases de inglés se dedicaba a ayudar en lo que fuera. Y los lunes, subía a un barco que faenaba cerca de la costa desde Agaete, los martes, miércoles y viernes estaba en un centro comercial de vigilante, en Las Palmas, los viernes abría su consulta y charlaba. Y el fin de semana, tenía todos los fines de semana ocupados conociendo las islas.
Pues ese viernes allí fue a contarle su conclusión.
Y el buen sensey le dijo: Busca a la gente y encontrarás gente, busca soledad y la tendrás. Valora el tiempo en que vives y que no te turbe que tú vecino te salude. Porque solo uno encuentra algún alivio en los compañeros que al final de vuestros días, se acuerdan de ti. Y para eso basta ir a la fuente a beber agua y saludar.
Y se quedó pensando, somos gente ¿y qué clase de gente somos?
Fin del cuento.
Pues hay individuos que son solitarios y otros sociables y yo me empeño en ser un tercero. Alguien que sea lo que haga lo puedo hacer solo. Y también en compañía. Porque agradezco un gesto amable, una palabra cariñosa, una mano sobre la mía. Y también el silencio. Porque vivimos en casas, y muchas veces con gente, no hay nadie.
Digo, pienso, creo. Yo, que salgo todos los días a la calle.
©ManuelAcostaMás