Entre fotos y libros, mil historias. Y la ilusión de unas piernas largas andando hacia él.
Era uno de agosto y andando por el ensanche de Pamplona, se sentó a la sombra en un parque de nombre Plaza de la Cruz, como regalo a una vida sin prisas, que siempre le gustó tener tiempo para todo y disfrutarlo. Las palomas, sempiternos animalillos de ciudad, pronto lo rodearon. Quizás vieron en su anciana figura, la de un alimentador de aves. Pero nuestro amigo, de nombre Manuel, aunque gustaba de los animales, no había traído nada que darles. Y además andaba abstraído escribiendo como acostumbraba. Y las palomas pronto lo abandonaron, listas ellas que vieron la poca disposición para hacerles caso. No levantaba Manuel la mirada de su móvil, su libreta moderna, su oficina portátil, ni un segundo. Tan concentrado como estaba. Y es que frente a la parroquia de San Miguel le llegó la inspiración. Y la inspiración es una musa que no admite desaires. Y cómo Manuel sabía cómo era esa amante, dejó todo lo que le rodeaba, se sentó, y a escribir. Porque recordaba a su hija siempre regañándole, cuando en medio de un paso de cebra cualquiera, sacaba el móvil con premura y se ponía a escribir, andando sin mirar. ¡Papá que te van a atropellar! Solía recriminar con cariño la hija, que sabía que cuando su padre entraba en trance no había nada que hacer. Y lo tomaba del brazo cual invidente y lo llevaba, mientras su progenitor escribía sobre unas piernas largas, o una fuente en el bosque, o del trabajo, que también lo hacía.
Pues en aquella ocasión la historia era:
Recordó de repente algo que su padre les contaba. (De las pocas cosas que padre contaba) Y lo comenzó a plasmar para que no se perdiera. Y lo trascribió tal y como lo decía: Tendría entonces tres años e iba con mi madre, vuestra abuela, de Teror a la escuela que estaba en las afueras, para hablar con el maestro, quería que me acogiera en las aulas aun siendo muy chiquito porque decía mi madre que era muy listo. Y a medio camino mi madre pisó sin querer un nido de lagartos canarios, y salió la gran lagarta furiosa con la boca abierta a por mi madre, que, sorprendida por la fiera, soltó mi pequeña mano, y salió corriendo gritando perseguida por un gran lagarto canario. Y oye, que ni una, ni otra paraban y allí me quedé yo, viendo huir despavorida a mi madre.
Y de la forma que sea terminó esto, y siguió escribiendo:
Shalom Juda. Salam sea contigo, contestó Juda a Ibrahim su vecino. 900 años antes de Cristo, que ni puertas automáticas había, pero, los humanos ya habitaban la tierra y los vecinos se saludaban, porque tener un vecino al lado era sentirse acompañado para lo que hiciera falta, independientemente de su religión, raza o sexo. Tengo que decirte, le empezó diciendo Ibrahim, que mi hijo quiere casarse con tu hija, terminó de decir. Y Juda le respondió ¿Tan pronto? ¿Quién lo iba a pensar? Si ayer jugaban desnudos en el río y hoy, casi doce años después, ya quieren unirse. Y se abrazaron porque más que vecinos eran hermanos y aquella unión venía a certificar lo bien que se entendían las familias.
¡Papá! grito Amaris. Hoy viene a cenar Ahmed con su familia. Y los dos vecinos se miraron y sonrieron. Porque no había nubes y si un arcoíris sobre sus cabezas. Y es que no hay como intentar llevarse bien, para lograr ese sueño. Y así os lo dijo, tajante, porque no es normal que sea de otra forma.
Se mesó las barbas Manuel satisfecho y siguió escribiendo:
En toda playa, de igual modo que unos toman el sol, otros se encaminan playa arriba y abajo en busca de un chiringuito. Y esos paseos a veces dan su fruto, quiero decir que siempre hay un lugar con sombra para echar una caña, y que también a veces, los dioses son benevolentes y te presentas a una linda criatura que, en tanga mísera, ha ido a pedir una coca cola. Bonjour madame (toda conversación debe comenzar por algo, e iniciarla en francés es muy chic) y Colette miró al pollo de arriba abajo y respondió: No sigas por ahí que soy de Albacete, y deja de mirarme los pechos que no son pa’ ti. Y Paco pensó, esfuérzate más. Y sobre lo que podía decirse, solo se le ocurrió: Menudas ubres tienes que son solo mirarlas y ya quieres darles un sorbo para saber a qué saben. Y ¡paf! Se llevó un bofetón con la mano abierta. ¡Tarao! Le dijo Colette. Si solo era una frase, respondió Paco. Pues chico, no tiene ninguna gracia. ¿De verdad? Siguió Paco. Pues no, «destalentao», a una mujer no se le entra así. A una mujer se le habla con más poesía. ¡Uy! pensó Paco y afiló las uñas. Perdone usted señorita, su belleza, mil veces más dulce que la miel, ha saltado sobre mí y el osito que soy no ha podido contenerse. Pero ahora veo que ese cuerpo de diosa que Dios le ha dado, merece adorarse de otra manera. Y seré feliz si me dejas decirte cuán mujer me pareces. Que hasta la Odalisca más bella del harén del sultán tendría celos de ti, y de tu cuerpo perfecto.
Y oye, que quince minutos más tarde, Paco y Colette, con la caña y la coca cola terminadas, estaban en la toalla teniendo una relación sexual entre ellos, con fricción de vulva y penetración, acompañada de eyaculación y orgasmo. Y así os lo dejo, para que penséis cuantas posibilidades tiene la playa.
Y como se hacía de noche, cerró Manuel su móvil y para casa, satisfecho con su musa, que vino a visitarlo y por una u otra razón lo poseyó, hasta que el relente de la noche dijo: Muchachos, alegraos de teneros, pero la luna pide salir y también es tú amiga. Y le palmeo el hombro, sonriendo Manuel.
Y así os lo he contado.
©ManuelAcostaMás