Magnolia Grandiflora
Aquella mañana de junio, un día antes del cumpleaños de su tío Emilio, que nació un trece de junio, salió Manuel a pasear pensando en las estrellas. Claro que, de entrada, bajo a la calle pensando en echar bien la basura en cada contenedor, que no era fácil. Pero una vez estuvo colocado cada resto en su sitio, miró al cielo, lo vio azul y amparándose en lo que sabía, poco, de lego, en la materia de astronomía, se centró en lo minúsculos que somos sobre el universo. Y en la soledad de los seres humanos en ese infinito firmamento.
Y acordándose de su amiga especial, de la que siempre decía que no era de este mundo, pensó que quizás no estuviéramos tan solos. Y en alguna estrella alguien como el Principito los estuviera mirando. Y jugó con la idea, feliz, porque recordaba el libro y toda su sabiduría. Y así andaba y se topó de bruces con un árbol. Y bajo él se sentó. Con su espíritu en paz. Y anotó en su cuaderno una frase que le vino: No creo que nadie pueda explicar racionalmente por qué otro se quita la vida. Y miró el árbol. Que un día fue plantado y seguía fuerte dando sombra. Y cayó en la cuenta de que era un magnífico Magnolio, un árbol que a su madre le encantaba. Y prolongó el pensamiento de su madre. Un sol que ya se fue y seguía calentando. Y no sé movió, cerró los ojos y siguió deleitándose, porque la muerte maldita nunca puede robarnos todo el amor que una madre da cuando vive. Y entró en la senda de los que se han ido. Y advirtió que su música seguía siendo la misma. Porque una vez entraron en el corazón y no hay que dar muchas vueltas para encontrarlos. Y es que Manuel aquel día encontró a todos sentados junto a él en aquel banco bajo el magnolio. Y con todos habló, del polvo, y del tiempo ante mí, que también será polvo y lo haré que sean tan de oro como el que me trajo sus recuerdos. Y así os lo he contado.
©ManuelAcostaMás