Buenos días, martes 14 de mayo de 2024!
Cuentos
«Milagros en el aire
El agua en la fuente
El humo en el hogar»
Nació en Pamplona, y quien no lo vio, es porque no quiso, nació una sembradora de estrellas o de sueños, si lo preferís. Ella, como una pequeña dama, ya sonrió iluminándolo todo y a su médico solemne. La ginecóloga de turno, hoy ya criando malvas. Y ya os digo la primera impresión, tras el lloro, es que aquella mujer recién nacida iba para brillar.
Y ayer la vi, caminando entre las mesas de una cafetería en un parque de la ciudad. Y voy a intentar relatar la escena para que la veáis como yo. Pues era la viva imagen del amor. Sonaba una música de piano, no, en mi cabeza sí, y habría sido de gran interés que sonara. Pero para que os hagáis una idea, para mi sonaba, para Elisa de Beethoven, y ella andaba al compas, casi bailando. O de esa forma en que algunas se mueven con tal levedad que parece que devoran el espacio con su movimiento divino y etéreo. Bien, tremenda sonrisa la acompañaba. Bien, ropas que lo incendiaban todo. Bien, y metida en ellas, el sueño. Una mujer mágica. De las que soñamos. Por eso la he llamado «sueño». Un espejo en la pared reflejaba lo espléndida que era. Y yo, por aquello de las dudas masculinas, con el corazón latiendo a mil pensando ¿me habrá visto? Ridículo. Verás, iba directa al baño. Y al comprobarlo viendo su espalda alejarse, me eche a reír. Al fin volvió y esta vez vino a detenerse ante mi mesa ¡Madre mía! ¡Cuánto tiempo! Me dijo. Y yo, sofocado de júbilo y ridículo le contesté ¿Si? por pura hipocresía porque sabía que al menos siete años, qué no es tontería. Y se sentó. Me meaba, me dijo. Y esa frase venenosa me hizo pensar en ella en ese solemne acto de la micción. E inadvertidamente me puse colorado. Y no algo leve o tenue ¡como un pimiento! Y ella lo vio Anda tonto ¡Qué hay confianza! Si, y mucha. Pensé yo. Y como si fuera el caballo de Atila puse mi mano sobre la de ella, sin ninguna finura, tan poca que la aplastó, y la retiró. Vamos, vamos, puedes hacerlo mejor, dijo ella. Y mi mente caliente ¿Cómo dices? Y repitiendo la escena acerque mi mano a la suya con el sigilo y la suavidad con que se roban los huevos de debajo de las gallinas. Y ahora sí, sentada y dominadora iniciamos una conversación. Que qué haces, cuáles son tus batallas, qué tal tus padres (Ella) Te casaste (yo) Y así nos fuimos poniendo al día. Luego en algún momento en el que prometimos reanudar el contacto me dijo: Te quiero. Con esa facilidad con que lo dicen algunos. Y sin paparruchadas, la besé. No replicó. Siguió con sus labios derrotando los míos. Cálida y asombrosamente apetecible. Con una dulzura tan feroz como si me hubiera tuteado. Y sí, lo había hecho. Luego nos despedimos. Y algo había cambiado. Y es que ella nació extraordinaria. Y yo voy con el siglo. Y si llama, ¡Ay! si llama. Ella sostiene mi vida y yo estoy enamorado.
©ManuelAcostaMás