Paseando por el bosque verde.
En todo esto que escribo siempre hay una parte de verdad.
Y este cuento comienza así:
Hoy he visto unos labios, de esos que te quedas con las ganas de besar. Tendría la chiquilla ¡Dieciocho! Dijo ella al ser preguntada por un señor, que en ese punto de inconsciencia porque no la conocía de nada, como yo, le preguntó. Y siguió ¿y tú madre? Está en Senegal. Dijo ella ante otra pregunta fuera de lugar. Y pensé ¿no sería mejor haberle dicho y a usted que le importa? Pues se ve que la chiquilla no veía la mirada golosa de aquel señor, que no paraba de preguntar. ¿Y vives sola? Le dice, dispuesto a seguir buceando. Si, dijo. (Normalmente suele ser no, porque estas gentes que cruzan el mar viven en comunidad), pero dijo si, abiertamente. Y a continuación le pregunta el pirado este, si era virgen. Como si preguntará si tenía frío. Y ahí vi, que su mirada de niña buena, dudaba. Y su cuerpo ayudando, como si buscará una salida, da un paso atrás, sin contestar. Y le salta el tío, voy a decir cerdo -¿Qué? Seguro que no. Y a mí no me importa. Y mira, veo que se acelera el corazón. E hizo ademán de levantarle la falda. Pues todo el autobús vacío menos nosotros tres. Y si no es por un manotazo que le di, impidiendo que le viera las bragas, se las ve. Porque ella vacila al verlo, pero no se aparta, algo azorada.
-Me cagüen tú, me dice.
-¿No ves que a esta tontita le dices quieta y nos la cabalgamos los dos? Mira: ¡Bájate las bragas! Le grito como un salvaje. Y con los ojos dilatados la otra de piel negra y labios de fuego, empieza a desprenderse de su prenda interior. Y le grito yo también ¡Basta! Y se queda quieta. Y de estar solos, sé que aquel animal se la hubiera follado. Pero estaba yo.
Idiota, me dice, deja ya de obstaculizar el simple hecho de tener sexo. ¿No ves que ella quiere? Y la miré y me regalo una mirada de: por favor procura defenderme de este demonio.
Y no lo pensé más. Saqué mi lobo de dentro y aprovechando que el autobús paraba y abría las puertas, lo cogí del cuello y lo lancé fuera. Cayó de rodillas y se quedó gritando, pero el bus cerró y siguió camino. Libres del demonio.
Y ella el resto del camino sonríe. Y dulce se limita a soltarse un botón de la blusa. Dijo el chófer: Última parada y nos bajamos los dos. Y ella, agradecida a mi amparo, me dice: Vivo aquí cerca, si me acompaña… Y lo dejó ahí. Y pensé ¿Y con quién mejor que conmigo? Y mi sombra de lobo testaruda nos siguió. De lo que fue. Disponéis todos de imaginación. Sólo os diré que ella era una diosa y la apreté contra mí.
Y así os lo he contado.
©ManuelAcostaMás