Remendando
En esta sociedad de consumo elevado a diez, yo, aún sigo remendando mis calcetines y camisas. Sabiendo que se dice por ahí, que remendar es de pobres. Y que es un impulso que hay que contener por el bien del comercio. Y aquí está de moda recordarte que todo es de producto local. De cercanías. Vamos, de la casa del tío Anselmo, que siempre se dedicó a los ultramarinos. Y es que tuvo siempre familia en las Filipinas y en América.
Pero siempre tendremos una tía que nos recuerde que el mejor género en ropa viene de París, y también lo hay muy bueno en Italia, que siempre fueron muy dandis.
Y yo sobrino ¿Qué decir? Que me coso la ropa y la estiro hasta que los agujeros son más grandes que la camisa, o los calcetines. Y solo entonces, a los años, muchos años, de haberles cogido cariño, me permito el lujo de ir a comprar.
Porque a mi siempre me pareció estúpido comprar más de lo que necesitamos para vivir. Pero claro, a mi. No voy a juzgar a nadie que sabe que tener cien pares de zapatos no es normal, aunque te gusten mucho, y los tenga. Porque yo colecciono sellos y monedas y también he pagado por ellos.
Pero como en todo, mesura. Que nunca una colección sea tan grande que te tengas que salir de casa.
Que mi hogar es de cincuenta metros y no cabe nada más.
Bien, suspendo el discurso y termino, recordando que el sol es uno y la luna también y todos los días nos regalan belleza. Y ahora busquen ustedes solos la moraleja. Yo así os lo he contado.
©ManuelAcostaMás
