Tengo en la mano todos los dolores que el mundo y mi vida me han traído. Y los miro como el infierno que fueron. Más no por eso los he dejado de traducir a mi idioma para entender qué me vinieron a enseñar. Y fueron lecciones duras, llenas de llanto y quebranto. Desesperación al no entender, al quedar versos sin traducir de tan ácidos que eran. Y en mi perplejidad al verme tratado así, cuando arrasado por las lágrimas, preguntándote una y otra vez por qué. Ves un hilillo conductor de todo, seguramente muy frágil, muy loco, y te aferras a él. Con una fuerte carga de «saquemos de todo al menos una enseñanza» y que cuando salga el sol, seamos mejores personas. Porque la vida tiene ruidos muy intensos que parece que no sirven nada más que para molestar. Y esa lectura nos hace protestar por el ruido. Pero amigo, evitando euforias, cuando la vida, y como la sientas, y la afrontes, solo depende de la desnudez de tu alma que dice tengo una razón. Por Dios. Créeme si te digo que ver la luz no es tóxico. Porque puedo ser muy empático con el sufrimiento ajeno. Y no enloquecer y ofrecer consuelo. Y no desde la prepotencia de creerme superior. Sino desde la amarga experiencia de vivir. Que desde que naces nos enseña que el gran Satán se mueve para quitártelo todo. Pero tu mirada quiere categorizar mí no rendición como algo tóxico. Como si no fuera posible no dolerse. Y en eso te equivocas, duele, y mucho. Tengo en mi mano, todas las cicatrices de que he sido objeto, y son tan próximas que siempre duelen, para recordarme que podré caer. Y llorar. Pero nunca rendirme. Y tú, a mi resiliencia, que lo es todo, la críticas. La proclamas tóxica. Pues malamente me podrás rescatar cuando colmado de miedo grite ¡quiero morir! Porque no sabrás las razones que impulsan mis velas, ni tendrás argumentos para hacerme renacer de mis cenizas. Como tantas veces hace el amor. Como tantas veces hizo por mí mi espíritu invencible, frente a la adversidad que siempre me verá de frente.
Sabio es el ser que transita por la vida vaciando su luz, don divino, para consuelo del ser humano que pena…
©ManuelAcostaMás