Título: Bar Tres Cantos
Iba al gimnasio todos los días y estaba fuerte como el acero. Luego la niña, lunes, miércoles, y viernes bailaba danza jazz. Roberto era amigo de Gonzalo y trabajaba en una «resi» de personas con discapacidad. Y su amigo en otra de personas mayores. Y aunque sus trabajos eran muy exigentes, ninguno de los dos hacía ningún deporte reglado, ni pisaban los gimnasios. Eso sí, andando a todos lados. Y el fin de semana al monte. Cualquiera les venía bien, aunque preferían las cumbres de los Pirineos. Sin despreciar ninguna de cualquier otro sistema, como el Central, al que habían ido a subir el Almanzor. Temas conocidos para cualquier montañero. Más extraños para la gente de ciudad. Esa que no sale de las urbes ni para ir a merendar a una chopera junto al rio, en los arrabales, porque eso para ellos, ya no es ciudad.
Pues Zaida era de esas. Urbanita, más que mucho, demasiado.
Sucedió que, en mayo, mitades, ya con el horario de verano establecido. Y rigiendo nuestras vidas. Pues aquel día, sábado, la señorita iba a bailar cerca de la calle Atocha en un bar de nombre Tres Cantos en recuerdo a un municipio cercano a la gran ciudad, origen de su dueño, Miguel.
Y aquel sábado en vez de ir al monte Gonzalo y Roberto, se fueron de fiestuki, a celebrar que por fin Roberto, había salido del armario. Bueno, había comenzado a salir. En casa, la suya, la de sus padres, ni palabra. Pero con los amigos se sinceró. Una necesidad más suya que de ellos, ya que la cuadrilla desde chiquillos lo sabían y lo aceptaban así. Porque esas cosas se notan. Y más cuando la inocencia es tan clara como el agua clara. Y en la adolescencia cuando todo el mundo busca el amor en primavera, pues ellos también. Y todos caña y piba, pibita, nena, churri, y Roberto también. Solo que él, con limón la caña, y el ligue, en vez de con faldas cortas, largas, como normal, si no pantalón, porque en el sexo contrario también están las cosas igual. Y así duraban, nada. No había mucho margen. Bueno miento, con una duro más que todos nosotros, porque «la Jeru» era un alma libre que encajaba con todos los «raros» que decía el tío Angustias. Y Roberto y ella encontraron ese amigo al que le abres el alma. De hecho, es la única que pervive de aquellos tiempos y es amiga de todos nosotros. Pero me voy subiendo y esa no era la cuestión del cuento. La noche del sábado ese que dijo lo que ya sabían los amigos, fueron a celebrarlo y ese bar madrileño estaba a la altura de cualquier night club del mundo. Y fue casual, pero bailaban unas chicas, my friend, que ya, ya. Pues Roberto encontró un hombre que dijo llamarse Joaquín, que fue su primer beso y magreo, sin estafar a nadie, ni a la Jeru. Y de los otros, como poder no es querer, ni querer es poder, la cuadrilla toda emparejada y con hijos, se dedicaron a disfrutar de una noche de «suelta y desenfreno», bailando solamente, porque todos tenían hora de toque de queda a las dos, para los biberones de los peques. Así son los giros de la historia. Y nuestro Gonzalo no. El debió casarse hace años, pero lo plantaron y seguía soltero, yendo al monte con Roberto. Así es la vida.
Pues el colectivo de amigos se despedía y se quedaron Roberto con su Joaquín y nuestro Gonzalo. Que fue a la barra a pedir. Del mismo modo de las bailarinas salió Zaida a pedir porque llevaba el bote. Hay mujeres y hombres, que siempre llevan el bote. Y Zaida era una de esas. Pues allí coincidieron. Y luego una mirada apostaron por un futuro en común. ¿Y por qué no? Y por qué no, esas cosas pasan. Uno va a misa y con las prisas se olvida de las llaves y vuelve. Y en sentido contrario viene Josefina, esa chica real que nos gusta. Pues se miraron y se inició un incendio y ninguno fue a misa. Tricotaron en un momento una historia y ahora son muy felices recordando ese momento de tensión en el que surgió nuestra historia. Porque me miraste y me dijiste: Contigo. Y mi bien. Era un sueño y tú lo has cumplido.
Y así os lo he contado.
Tres minutos y al cine. A ver una historia, muy parecida a la mía, o no, ya veré. Que la vida, ahora es cine. Puro cine.
©ManuelAcostaMás