«Uno pensando en el Feng fu y aparece Jennifer López en ropa interior»
De las siete hijas de Gregorio, la pequeña, al contrario de sus hermanas, nació guapa.
Y leyendo un libro pensó en sacar partido a su belleza.
Jenni, que así se llamaba la mariposa, cuando iba a la escuela maduraba sus ambiciones. Y un día de luna, con dieciséis años, un loco valiente le dijo sin nada de poesía «que buena estás» y Gregorio que estaba cerca le dio un giro a la conversación disparando su escopeta y espantado al zorro con estas palabras «Malnacido, pecador, vuelve y ajustaremos cuentas, que te has de ir sin huevos para cantar ópera como los castrati» y oye que el mozo no volvió jamás. Y la Jenni, sin mano alguna, salvo las suyas, para que la acariciaran. Y así cumplió los dieciocho.
Y por razones políticas pasó a llamare Jennifer. Una mujer por todo lo alto.
Sucedió en el pueblo una pandemia y padre mandó a las hijas a la ciudad con un hermano suyo, tío de las nenas. El matrimonio tenía vacas y se tenían que quedar. El tío en la ciudad negocios y allá que fueron.
Y lo que se preveía una estancia breve, se convirtió en el inicio de una nueva vida porque no volvió ninguna. Las seis anteriores a Jennifer sin ser feas como el pecado, no eran hermosas, pero Dios las premió con hechuras de hembras de las que no hay hombre, ni rastro, que no quisiera tener algo con ellas. Y un pequeño prostíbulo que el tío regentaba, con las sobrinas floreció.
Con Jennifer, sin embargo, tuvo el presentimiento de que estaba destinada a algo más grande. Y en la primavera la mandó a las monjas para que la cultivaran. De aquel convento a lo mejor algún día hablo, pero lo importante es que salió de allí, cantando y sabiendo actuar. Precisamente en ese tiempo en la ciudad preparaban un espectáculo en el teatro y la cogieron para extra. Y oye, ni una semana llevaba de ensayos, y le dieron un papel porque la vieron como a la caperucita a través del bosque de hojas secas, y todos quisieron devorarla.
Y esto que se prepara como un abordaje de piratas al barco que es su presa, otro día lo contaré. Porque Jennifer tenía un cuerpo de escándalo, una voz maravillosa, un cerebro bien dotado, un rostro bello y arte, interpretando. Y eso da para mil y una noches con la sultana. Que dirán los hombres, qué. Pero son las mujeres las que pueden contar mil maravillas o mil calzoncillos cagaos. Porque son ellas las diosas y nosotros sus siervos. Y así ha sido siempre y será, hasta el fin de los tiempos.
Y así os lo he contado.
©ManuelAcostaMás
P.D.
Y sólo se me ocurre decir:
Se feliz, mi chica soñada