Vidas perfectas no, pero experiencias sí.
No había hecho la hermana pequeña la comunión y sus padres habían comprado un chalet con piscina y pista de tenis. También disponía de un amplio jardín, ya que la finca media tres mil metros cuadrados. Y en ese jardín los almendros se cuajaban de flores para la primavera. En resumen, aquel era un lugar en el que apetecía estar.
Luego los perros, tres fueron, y fueron bienvenidos. Leal, el primero, un pastor belga negro que veinte días tenía cuando llegó al hogar, y fue alimentado a biberón, en ese tiempo en el que la hija pequeña aun iba a la catequesis para la comunión. Yuca llegó bastante más tarde, cuando el gran perro que era Leal ya declinaba, y se rebeló como toda una personalidad, una perra mestiza de gran inteligencia y tierna mirada que enamoraba. Y convivió con su compañero Leal, que la acogió como a una nieta, delicado y cauteloso. Hasta que su corazón, que se iba apagando, dejó de latir y murió una madrugada, con la perra aún sin haber pasado de cachorra a adulta. Rom, es otra historia. Un pastor alemán que difícil será encontrar otro más guapo, pedigrí de alto standing, también regalado, como la perra. Llegó cachorro, como los otros, y creció parejo a Yuca, que le sacaba algunos meses. Y esto, hizo que al crecer fueran pareja. Teniendo un total de tres camadas, con un total de veinte hijos, de los que ninguno tuvo un nombre, ya que todos fueron dados en adopción antes de los dos meses y nunca se consideró necesario nombrarlos más que como «cachorros de Yuca y Rom», pastor alemán él, y mezcla de mastín con pastor alemán, ella. Y de lo que fue de sus vidas, de las de los cachorros, sólo de uno sé que acabó de guardián en la finca de unos conocidos, que tenían tienda de electrodomésticos, con el nombre de Lupo, el perro, la familia tenía apellido de pueblo con aeropuerto. Y de su perra vida nada sé. No así como de las de sus padres y el viejo Leal que tuvieron lo mismo, una perra vida. Sin entrar a matizar. Porque las vidas perras son muy perras y es mejor olvidar.
Y si hace treinta años de eso, imaginad que aquella finca desapareció hace diez. Y dos unifamiliares ocupan el espacio que un día fue felicidad para aquellos que lo ocuparon.
Pues nunca olvidaré lo que me contaron. El casoplón albergó a una familia y a todos sus familiares de aquí y de las islas, que vinieron varias veces de las Canarias, llevados o traídos por el amor a la familia.
Pero de aquel imperio no queda nada. Cada uno y sus vidas, se fueron por caminos distintos. En las Palmas, quedan primos y un tío. Los demás murieron. Y aquí, secretos y tragedias familiares condenaron al olvido lo que un día los unió. Y las nuevas generaciones viven otras vidas posteriores, dónde además las perspectivas de futuro son distintas. Y contarán, si cuentan, que aquella finca siempre la contó padre como un cuento que descansa en el fondo de su memoria.
Y así os lo he contado
©ManuelAcostaMás