He necesitado cincuenta y ocho años y algunos meses para decir meridianamente claro lo que siento. Y si hay incertidumbre o no. Y lo agradable que es estar junto a ti. Porque callarse también es un arte. Y la practico para guardar secretos. Pero de lo que llevo yo en el corazón, hace mucho vencí los remilgos a decir lo que me enamora de cada uno. Y de ti, también. Y si me tienes en los bolsillos, o si por el contrario mi experiencia contigo es para tirar de la cadena y que se vaya por el wáter.
Y no es fácil, no. Cincuenta y siete años y meses para darme cuenta que la palabra, cuanto más clara mejor.
Y de acuerdo con esto y siguiendo la luz, suelo preferir decir lo bonito que lo feo. Que lo dejó solo cuando voy a la guerra contra los seres perversos que nos rodean. Pero mientras tanto. Belleza. Esa es la fuente para nosotros.
Y tú, siete grados al Sur de la última vez que te escribí, sigues siendo el hogar, el árbol inmenso donde resguardarse a la sombra, la hamaca para quedar sumido en un sueño profundo y el aire que respirar invisible, cálido y constante. Pero eso ya lo sabes. Porque si no, no te escribiría. Como un movimiento sagrado de ajedrez que deja mis peones a mitad del camino del tuyo, esperando a que mi osadía, al menos te mueva la sonrisa. Sin desdeñar que mis palabras, llenas de fuego, hagan florecer en ti la primavera.
Porque la amistad es amor.
Y yo lo digo.
Seguro de que tú lo pones a tu servicio para seguir dándolo por todo tu alrededor.
©ManuelAcostaMás