La escapada.
Sara trabajaba en la localidad navarra de Pamplona, muga con Francia, Aragón, La Rioja, y país vasco, sin entrar en detalle. Porque no hace falta. Ella llegó del Perú. Bendito Perú. Pues siempre fue un lugar inspirador. Un puente invisible al hermanamiento. Y terminaré diciendo que la frase acuñada de «bien vale un Perú» para referirse a algo de riqueza extraordinaria, yo, personalmente se la aplicaría a Sara. Porque en el mercado que somos la gente, a algunas personas les cuelga el cartel de saldos, a otras el de ofertas, algunos, se da regalado. Y algunas, pocas, muy pocas, «vale un Perú» y Sara era de esas. Canela fina, que decía mi madre.
De la que poco a poco voy normalizando su ausencia, sin perder su esencia y enseñanzas.
Y en esto de los mayores, nuestros mayores, voy con otro dicho, de un tío mío soltero que ya murió, cuando veía a una «moza» (así llamaba a todas las mujeres, independientemente de si acababan de nacer, o estuvieran a punto de cumplir cien años): «Esa, está más buena que un arroz con leche» Y decía «esa» porque el dicho solo estaba reservado para lo que él consideraba belleza extrema, que dicho sea de paso tenía buen ojo, que era fotógrafo y de los buenos.
Pues bien. Sara.
Aquella mañana, sábado, por más señas, salió de detrás del mostrador de la panadería – cafetería, dónde trabajaba, para recoger vajilla que los usuarios del establecimiento no recogen, y limpiar mesas.
Yo, abstraído en mi café y en leer una revistilla, y en escribir, no prestaba atención. Pero la chica, metódica y organizada iba de las mesas a la barra y de la barra a las mesas sin dejar ni una miga sin limpiar, porque lo que haces, o lo haces bien, o no lo hagas. Y este era el caso, hacerlo bien.
Sujetando con la mano izquierda la taza, sorbí un sorbo de buen café de Colombia, y en ese sorber la vi. Luego resulta que te das cuenta que la habías estado siguiendo con el rabillo del ojo todo el rato. Pero verla, verla, en ese momento de levantar la cabeza para degustar el café. Y no porque debas hacerlo, sino porque lo has pedido y es un gusto tomar un buen café en buena compañía.
Esto último lo pensé por su proximidad a mi mesa. Ya que, cosa extraña, aquella mañana, nadie me acompañaba en aquella cita con la cafetería.
Pues estoy convencido que esto el destino lo preparó así. Porque no suele estar libre la silla frente a mí. Pero aquella mañana sí. Y esto los dioses lo califican de oportunidad.
Y soñé que aquella mujer de mirada preciosa se sentase. No pudiendo soportar que no lo hiciera. Y completé la foto, el cuadro, a mi gusto. ¿Díez segundos tarde? Ni eso. Frente a frente la muchacha, y le pregunto, si no es indiscreción ¿Cuándo sale? ¿Por qué? me pregunta ella, muy dueña de sus encantos. Porque me gustaría esperarla, dije sin ningún escrúpulo.
Y desviando su mirada a la barra, dijo lentamente: Usted se marchará y yo seguiré aquí, poniendo cafés y olvidará esto, por muy duro que sea…
Y me doy cuenta de que este final no me gusta. Y justo lo voy a cambiar y me llaman por teléfono. Que si me enterado que cuatro del grupo de «señorita los pañales» se han ido a Galicia. No, no sabía nada. Claro ¡Qué vas a saber, si hasta hoy que han vuelto, no han dicho nada! Y tocó mi corazón y en tono ahogado digo. ¡Joder! Rosa, o Mortimer, o poner el nombre que queráis. Estaba yo a lo mío y se me ha enfriado el momento en que estaba acercando los labios a los de Sara, para un beso, largo y profundo. De esos que te estampa una extraña y dices ¡hoy creo en Dios! Y tú me lías con zarandajas (cosa menuda, sin valor) de patio de colegio. ¿Pero qué dices loco? ¿Qué tienes una aventura? No, que hoy llueve. Y había decidido consagrar el día al recogimiento. Y que estaba el monje mirando el firmamento y un grillo lo distrajo. ¿Einnn? Y se corta la llamada. Y me levanto. Pues fue ponerme en pie. Y mi mesa sin abandonar la ocupa al asalto una venerable anciana que, poniendo su bollo y su café con leche sobre mi taza vacía, me dice: ¿Te vas, verdad, majo? Y como si de un país conquistado fuera, mire a Sara en su barra, como una diosa, rendido yo a sus pies. E inicie la escapada. Porque hay situaciones que son un barullo. Y en tiempos de tormenta discutir por un refugio es… bueno no sé lo que es, porque Sara viene hacia mí. Y a poco que quiera, ni cielo, ni infierno van a pararlo.
Y así os lo he contado.
Contador de cuentos me llaman, absorbiendo el ambiente.